La experiencia vivida hace unas semanas nos quedó dando vueltas en la cabeza. Varias horas de camino de ripio, a casi 2300 metros de altura, en el medio de los Valles Calchaquíes, y nos encontramos con el museo de James Turrell. Este artista, matemático, psicólogo y piloto de aviones nos transportó a un mundo de sensaciones, como diría Sandro.
Lo recorremos. Espacios vacíos intervenidos por una mezcla de luz natural y artificial. Un cuadrado de azul intenso, nos detiene porque parece pintado en una pared. Sin embargo, avanzamos y vemos que tiene profundidad. Es imposible saber dónde termina. Observamos paredes y pisos que no existen. ¿Qué de lo que percibimos es real?
Turrell y su maestría para jugar con la luz y el espacio, para alterar nuestro modo de ver las cosas, nuestra percepción. Turrell, el que encuadra nuestra mirada, al manipular las tonalidades, las intensidades y las perspectivas.
De repente aparece la incertidumbre. ¿Es un paso seguro o me dirijo al abismo? Lo verdadero se pone en duda. Necesitamos de un guía.
Esta sensación nos recuerda a otras experiencias recientes que también nos desafían. Son noticia corriente los “deepfakes” y la manipulación de registros de audio, videos e imágenes generados por inteligencia artificial. ¡Se organizan competencias para crear algoritmos que ayuden a detectar esos datos artificiales y falsos!
La frontera entre lo real y lo artificial se vuelve confusa. Nuestra percepción, al igual que con las obras de James Turrell, queda puesta a prueba. Queremos distinguir ¿es natural o artificial? ¿es humano, es real? Aparece la inseguridad. La falta de confianza en la verdad de las cosas.
En el arte, esa alteración de la percepción es nuestro acceso a la belleza y a la reflexión. En el otro plano, en cambio, nos puede traer más sombras que luces. Todo depende de lo que hagamos nosotros, la humanidad, con eso.
Les dejamos una ventanita al arte de Turrell.