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Published on: Las conversaciones de la semana

¿Y si huimos como Maquiavelo?

En un momento de zapping televisivo nos encontramos con un reportaje a una persona famosa. Alguien que supo tener un espacio de poder importante e influyente en nuestro país. De inmediato recordamos algo que nos comentó personalmente, en una charla circunstancial que compartimos hace algunos años. Nos contó lo difícil que era para él confiar en la opinión de sus colaboradores y equipos, por el temor al elogio permanente y la adulación. Nos decía que sentía que solo en su ámbito familiar encontraba la verdad.

 

Elogiar, alabar, halagar, adular. Parecidas pero distintas.

 

La adulación encierra una alabanza exagerada y generalmente interesada, para conseguir un favor o ganarse a una persona. En la adulación se prioriza el interés del adulador.

 

No es casual que Maquiavelo dedicara un capítulo de El Príncipe para instruir sobre cómo huir de los aduladores. Allí considera a la adulación una calamidad, porque el que la recibe se engaña y pierde noción de la realidad. Para evitar caer en la imprudencia, aconseja rodearse de personas de buen juicio, preguntar a menudo, escuchar con paciencia la verdad acerca de las cosas sobre las cuales se ha interrogado y ofenderse si se descubre que alguien no ha dicho la verdad por temor.

 

Nos preguntamos por nuestras relaciones. ¿Cuánto podemos confiar en las devoluciones de nuestro entorno? ¿Preguntamos y estamos dispuestos a escuchar la verdad? ¿Cómo funcionamos al interactuar con quienes tienen un espacio de poder o decisión que nos impacta?

 

No seremos príncipes, pero podemos ser prudentes. Prudente no es sólo aquél que no se deja seducir por la adulación (el ego es una debilidad humana), sino también aquél que registra y contiene la posibilidad de su uso.

 

En estos días también nos pasó que recibimos un elogio generoso, sincero, inesperado. Compartimos lo que nos suscitó en cada una de nosotras y pensamos por qué nos había sorprendido. Nos dimos cuenta de que la forma y el tono en que fue expresado, era una práctica poco habitual entre colegas. ¿Escatimamos el elogio?

 

Es tener la capacidad de rescatar lo positivo de un aporte o de una situación. Elogiar para reconocer algo valioso en alguien, compartir sus méritos o cualidades. No se trata de una alabanza exagerada que tiene detrás algún interés. Ni de dinámicas sociales, con sobredosis de elogios, que nos convierten en adictos.

 

La generosidad se ve en el elogio sincero. Cuando se tiene la mirada puesta en el que lo recibe, en su interés y crecimiento. La mezquindad se ve en la adulación. Les proponemos compartir con nosotras un desafío para la semana: ¿Cómo somos elogiando? Una oportunidad para descubrir otra perspectiva de nosotros mismos.

 

¿Nos cuentan?