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El viernes estuvimos recorriendo el Casco histórico de Buenos Aires guiadas por un historiador y politólogo. Caminamos por calles habituales, nos detuvimos en plazas y monumentos conocidos y fotografiamos fachadas y edificios cercanos. Era lo que vemos siempre, pero lo miramos como si fuera la primera vez. Fue una tarde de descubrimiento, porque vino a nosotras el conocimiento de cosas que ignorábamos, “alcanzamos a ver”. Experimentamos esta acepción que según la RAE tiene el “descubrir”.

 

La custodia a San Martín en la Catedral y el porqué de los siete granaderos; el mito de las cintas repartidas por French y Beruti en la semana de mayo, y la realidad de “los infernales” y su depósito de armas en la Iglesia de la Merced.

 

Pararse por minutos, mirar e imaginar el solar donde sesionó la Asamblea del Año XIII cuando se dispuso la libertad de vientres y se suprimieron los títulos de nobleza en nuestro país; atravesar las puertas del edificio donde vivió Saint Exupéry en su paso por nuestra ciudad; y visitar el jardín del Convento de los mercedarios donde funcionó una de las escuelas de la patria que Mariquita Sánchez de Thompson dirigió. Sí, Mariquita, la misma que había ganado un “juicio de disenso” en el Virreinato del Río de la Plata para poder casarse con su amado Martín Thompson; la que fuera honrada por Belgrano y San Martín y que seguiría influyendo en la política argentina escribiéndose con Alberdi, Sarmiento, Echeverría, y Juan María Gutiérrez, entre otros. Qué genia Mariquita…

 

Fue una tarde de revelaciones porque miramos con nuevos ojos. Nos prestaron una nueva mirada sobre esas calles, esos monumentos, esas fachadas. El turista tiene ese beneficio. Parte de la humildad de no conocer. Tiene ansiedad y deseo de aprender. Y acepta agradecido el conocimiento e información recibidos. En nuestro caso, entendimos a Proust, cuando en “La Prisionera” afirma: “El único viaje verdadero, el único baño de juventud, no sería ir hacia nuevos paisajes, sino tener otros ojos, ver el universo con los ojos de otro..” (“En busca del tiempo perdido”, Libro V).

 

Cuántas veces en la abogacía como en la vida, pedimos prestada la mirada de otros para poder ver desde otro punto de vista, para descubrir lo que hasta el momento no alcanzamos a ver. Nos sucede en lo pequeño, como cuando pedimos a alguien que nos revise un escrito o relea lo que ya estamos cansados de ver. Justamente porque sentimos que el otro verá lo que nosotros ya no detectamos. Y nos ocurre también en lo grande. Los problemas, conflictos, normas, hechos, son los mismos. Pero ese universo cambia con los ojos de otro, o tal vez nos cambia el entorno. Y aparecen allí, nuevas estrategias, nuevos argumentos, nuevos abordajes.

 

Empujar los límites de lo desconocido. Detectar lo que venimos haciendo de la misma forma hace mucho tiempo. Pararnos por minutos. Mirar. Buscar sentido. Ser turistas por un rato en nuestro trabajo ¿Te animás?