Pocas situaciones nos colocan en un estado de incertidumbre y vulnerabilidad como el momento en que tenemos que poner un precio a nuestro trabajo. ¿Cómo medir objetivamente su valor? Es algo que solemos revisar en cada inicio de año y la respuesta siempre nos es difícil.
Fijar honorarios ¡En la facultad no te lo enseñan! Es más que mirar los criterios que establece una ley. No basta con atender a conceptos como calidad, complejidad, novedad, trascendencia, resultados, monto económico. Detrás del precio de un trabajo está su valoración, y en la valoración propia o ajena se involucran las emociones.
Sí, emociones. No se necesita mucho para que nuestros sentimientos se lastimen. Una palabra, un tono de voz, un contratiempo que decepciona, son suficientes para sacarnos de nuestro eje.
Tal vez tiene que ver con formas de mirarnos. Si valoramos algo que hemos logrado y lo reconocemos, nos sentimos valiosos. En cambio, si la mirada es sólo autocrítica, se complica encontrar cosas que nos hagan sentir seguros al momento de estimar un valor. La historia que nos contamos de nosotros mismos, nos define y determina.
“Mal de muchos, consuelo de tontos”, pero no es casual que se estén formando en los últimos años especialistas en la gestión de proyectos legales y la fijación de precios de servicios jurídicos. Aparecen tablas con ítems a valuar y retribuir. La fórmula nueva y casi mágica utilizada es “agregar valor”. Pero ¿qué es valioso para nosotros y qué lo es para quienes nos contratan? No siempre es lo mismo porque aún considerando los mismos hechos, tenemos percepciones distintas.
Para afinar el diálogo entre nosotros y las personas que nos contratan, se vuelve importante poder comprender su perspectiva y tomar conciencia de nuestras emociones. Para eso, nosotras desde hace un tiempo incorporamos una técnica de Willliam Ury, autor del libro “Supere el no”. Él propone “subir al balcón¨. Imaginar que la conversación tiene lugar en un escenario y que subimos a un balcón o palco que da a ese escenario. El balcón es una metáfora de la distancia necesaria con nuestras emociones.
Cuando conversamos sobre el valor de nuestro trabajo, tenemos miedo al rechazo. Por supuesto, deseamos mucho que nos valoren. La clave tal vez está en no tomar los “no” en forma personal. La historia está repleta de rechazos que luego fueron éxitos contundentes. ¿Acaso André Gide que trabajó como lector para la hoy Gallimard, la editorial francesa, no devolvió “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust?
Son tiempos complejos para entender nuestro lugar en el mundo profesional y las nuevas miradas y percepciones sobre el valor de lo que aportamos. Tal vez, ser buenos lectores de contexto sea una gran destreza que nuestros clientes, jefes o colegas estén dispuestos a valorar. Porque, como tan bien lo expresara Mercedes Sosa….
Cambia lo superficial
Cambia también lo profundo
Cambia el modo de pensar
Cambia todo en este mundo
Cambia el clima con los años
Cambia el pastor su rebaño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño
Cambia, todo cambia
Cambia, todo cambia