Hace unos meses, al llegar a un encuentro con otros colegas, alguien nos dio la bienvenida con un afectuoso y sonoro, “¡Acá llegan las periodistas!”. Entre risas y agradecimientos, la conversación siguió con algunos comentarios sobre el último episodio del podcast. Pasados los días, nos quedamos pensando… ¿De abogadas a periodistas?
Como abogadas y abogados, desarrollamos un tipo de tareas; estudiamos en determinadas instituciones; compartimos maestros o referentes en el Derecho; conocemos de normas y procesos; tenemos los mismos códigos de ética profesional; seguimos algunos criterios de vestimenta; empleamos un léxico particular y un estilo para expresarnos; nos agrupamos en colegios profesionales. Todo ello nos caracteriza y nos incluye en un espacio común: nuestra tribu.
Pero ¿qué sucede cuando emprendemos algo distinto, o proponemos hacer las cosas de siempre, de una manera diferente a la habitual? ¿Qué sentimos cuando expresamos nuestro disenso? Nos dimos cuenta de que a veces lo que experimentamos es miedo. Tal vez miedo a ser distinto y a apartarse de la tribu. Miedo a exponernos y a ser juzgados o descalificados. Instintivamente nos sentimos amenazados, sentimos que tenemos riesgo de dejar de pertenecer. Uno duda. ¿Sólo se puede ejercer una profesión de una manera? ¿Nuestros estudios sólo sirven para la realización de determinadas actividades?
Si asociamos la pertenencia a un grupo, a la identidad de sus miembros, podemos caer en un tribalismo con posturas fundamentalistas que terminan en la exclusión de los otros, de los diferentes. El sentido de pertenencia tiene mucho de bueno, en la medida en que facilite la convivencia en la diversidad, las conversaciones y la aparición de consensos. (No te pierdas la charla de Guadalupe Nogués en TEDXRíodelaPlata, donde habla magistralmente de esto).
Explorar los bordes tiene riesgos. Aunque también podemos ir por la vida sin asumir riesgos. De hecho, nuestro cerebro primitivo nos aleja de las amenazas y nos acerca a lo seguro y a lo conocido. Sin embargo, en el camino que venimos recorriendo descubrimos que tal vez vale la pena incomodarse. Sin incomodidad, la capacidad de desarrollo se reduce, dice Estanislao Bachrach, en “Ágilmente”. Tan convencidas estamos de esto que, en nuestras clases, solemos alentar a quienes quieren innovar y ser creativos a animarse a ser minoría, aunque sea una “minoría de uno”.
Por eso nos gusta y hacemos nuestra esta reflexión del filósofo español Fernando Savater en su “Ética para Amador”, cuando luego de poner énfasis en nuestra humanidad como rasgo común, concluye: “El primero de los derechos humanos es el derecho a no ser fotocopia de nuestros vecinos, a ser más o menos raros”.
No somos ni tenemos que empeñarnos en ser idénticos. Celebremos el trabajo creativo, el animarse a disentir amorosamente, tender puentes, construir nuevas formas de ejercicio profesional, para ser más o menos raras y raros sin dejar de pertenecer, sin que el miedo nos paralice o dejemos de ser quienes somos.