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Published on: Las conversaciones de la semana

La bolilla que no me enseñaron

Solemos preguntarnos por las destrezas, conocimientos o habilidades a incorporar en los planes de estudio de las universidades para mejorar nuestra formación. Buscamos nuevas herramientas frente a los cambios tecnológicos y a las nuevas formas de trabajo que experimentan hoy las profesiones.

Preguntamos por lo nuevo, porque lo otro creemos que ya lo dominamos.

Es indiscutible que la comunicación es fundamental para abogados y abogadas. Nos preocupa escribir bien, manejar recursos expresivos y la oralidad, y hasta aprender sobre lenguaje claro. Queremos saber comunicar, que se entiendan nuestras posiciones y argumentos. Sin embargo, el acto de comunicar no es sólo unidireccional. En la comunicación hay otro con el que conectarnos. Y allí aparece la escucha como herramienta vital.

Nos lleva años de nuestra vida el aprender a hablar, a leer y a escribir. Oír, lo damos por sentado. Nos creemos listos para estar comunicados. Reducimos la escucha, a la capacidad de oír. Olvidamos que para comunicarnos se necesita escuchar, no sólo oír.

 

Se habla de la escucha activa, de la escucha atenta y de la escucha empática. Lo cierto es que el ser humano, no sólo quiere ser oído, necesita ser comprendido y tiene un anhelo profundo de conexión que demanda de su interlocutor un deseo de entender.

 

Como abogados y abogadas, tenemos que poder entender a nuestros clientes, colegas, contrapartes. Stephen Covey plantea el “Buscar primero Entender, luego ser Entendido” como un hábito de la gente altamente efectiva. Y esto demanda una escucha empática, que se logra cuando escuchamos con el oído, con los ojos y con el corazón.

Se trata de una escucha con intención de entender realmente al otro, comprender qué está sintiendo o pensando y por qué lo hace. La comprensión es una captación de la otra persona en su totalidad.

En toda conversación se pone en juego nuestra capacidad de escuchar. Te invitamos a tratar de suspender temporalmente tu perspectiva del mundo, para poder verlo e interpretarlo a través de tu interlocutor. Escuchar implica ser generoso. Dar tiempo al otro para expresarse -es parte de nuestra donación-, no anticiparnos a pronosticar, interrumpiendo, prejuzgando, dando consejos y asesorando. Todo tiene su oportunidad. Antes, hay que comprender profunda y completamente a la otra persona, tanto emocional como intelectualmente. Luego vendrá la dialéctica, el discutir, argumentar o dar una opinión.

Si escuchamos para comprender, en palabras de Covey, nos concentraremos en la “recepción de las comunicaciones profundas de otro espíritu humano”.

Esa comprensión, registra lo dicho, lo gestual, las vacilaciones y los silencios. Silencios como los que escucha y describe el poeta entrerriano Arnaldo Calveyra, en El cuaderno Griego (2010): “(…) permanecen callados el tiempo que haga falta para que surja como a despecho, como a contrapelo la palabra, palabra que de tarde en tarde surge a presión de ese silencio (…), ya no mera palabra sino palabra y su silencio”.