Hablamos sobre los rituales. Los nuestros, los de nuestras celebraciones, los de nuestra vida cotidiana, los de nuestros vínculos, los de la abogacía, los de nuestra comunidad.
Según Antoine de Saint-Exupéry: “Los ritos son en el tiempo lo que la casa en el espacio. Porque es bueno que el tiempo que pasa no parezca desgastarnos y perdernos, como un puñado de arena, sino colmarnos”.
Los rituales son tan indispensables que los realizamos sin darnos cuenta. Pasar de la rutina al ritual, tal vez, sea una de las claves para vivir la vida con sentido. Convertir un hecho simple en un ritual para saborearlo con otros lentes depende de nosotros. De la actitud y la manera en que miramos.
Compartir el café en una confitería de Buenos Aires que nos inspire; decorar la noche del sábado con velas y música que nos resulte familiar; planificar al detalle ese cumpleaños para que sea inolvidable; el saludo con beso de las mañanas y tantos otros.
Donde hay rituales queridos, buscados, creados, hay un tiempo trascendente. Se potencian los sentidos y lo que nos pasa queda grabado en nuestra memoria y en nuestro corazón.
Nuestro trabajo como abogadas también se compone de pequeños rituales. Rituales que generan un sentimiento de comunidad y de pertenencia. Son momentos que tienen algo de sagrado, como cuando decidimos cotidianamente destinar un tiempo para el cultivo de los vínculos personales en el ámbito del trabajo; o cuando intercambiamos ideas por horas para decidir un curso de acción o estrategia. Tenemos también rituales propios como cuando abordamos cada una con su método la preparación de un escrito desafiante.
Los rituales están sujetos a cambios culturales. Ya no corregimos escritos sobre el papel, ni nos instalamos en bibliotecas a bajar la colección de Fallos de la Corte Suprema o tomos de revistas jurídicas.
Abrazamos los rituales. Los elegimos porque hacen de cada uno cada quién.
¿Cuáles son los tuyos?