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Published on: Las conversaciones de la semana

Recomendación de María Angélica Gelli

  LOS LIBROS QUE AMAMOS

“La invitación de María Paula y Gaby para recomendar obras de literatura no jurídica con la finalidad de enriquecer la formación de los abogados y organizar, con ellas, una biblioteca de libros ponderados me produjo cierta alarma.

¿Recomendar libros a personas muy diferentes entre sí, con edades, inquietudes y necesidades distintas, es viable? Y, por otro lado ¿cómo seleccionar en una lista que intuyo debe de ser breve y al elegir, en consecuencia, dejar de lado tantos libros que amamos y preferimos según las etapas por las que hemos pasado?

En fin, a pesar de esas limitaciones que me pesan y aún pensado que seré desagradecida con tantos autores que me ayudaron y me hicieron feliz aquí van los libros elegidos y las razones para listarlos.

A quienes dedican parte de su tarea profesional a la enseñanza del derecho, Historia de una Pasión Argentina, el ensayo que Eduardo Mallea publicó en 1937, les dará una perspectiva singular acerca de lo que no debe ser un profesor. El libro es estimulante para todos los que aman a nuestro país, sean universitarios o no, pero todavía lo es más para los abogados profesores. En la edición de Sudamericana del ejemplar con el que cuento, en la pág. 58, se traza el perfil de quienes a pesar de enseñar no son maestros. El retrato es descarnado e inquieta porque además de enseñar en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires algunas de aquellas personas ejercían la función pública, eran llamados por el poder de entonces a ocupar cargos significativos en el Estado.

La desafortunada experiencia en la Facultad de Derecho influyó en Mallea y le hizo abandonar los estudios de abogacía. Se dirá que con ello ganamos un excepcional novelista, lo que es cierto. Pero ¿y los demás estudiantes? ¿Y la Universidad como institución abierta e inspiradora de lo mejor en cada quién?

El escritor volvió a ocuparse de la Universidad, de la vida universitaria – en realidad de la mediocridad que entonces, 1960, parecía arrastrar a la sociedad argentina- en La vida blanca. Aunque todo el texto del ensayo merece leerse para comprender alguna de las causas culturales de nuestros males, el capítulo IV proporciona una descripción cruda de lo que, por entonces, Mallea conocía del adentro de colegios y universidades.

 

Si es verdad que queremos dejar la decadencia atrás en todos los sentidos, Historia de una Pasión Argentina –qué título tan bello- y La vida blanca son aguijones que impulsan a reflexionar y actuar en consecuencia.

De Albert Camus elijo la novela La peste y la obra de teatro Calígula.

La peste -a la que tanto se recurrió en los aciagos días de la pandemia- es, me parece, una estremecedora alegoría del mal, del absurdo del mal, muy nítida hacia el final de la novela. He citado ese párrafo en un texto muy importante para mí, a propósito de los demonios de la intemperancia y la violencia que padeció la Argentina en la década de 1970, quizás antes también, que me permito recordar aquí. Cuando la enfermedad temible había sido controlada y ya se habían desnudado las conductas humanas, las generosas y las mezquinas, el autor escribió: “Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esa muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir a una ciudad dichosa”

Ya se conoce que Julio César el drama de W. Shakespeare puede leerse como un infortunio de naturaleza política clásica. Pues bien, el Calígula de Camus expone la pulsión que de cuando en cuándo atrapa a la persona humana por obedecer al poderoso contra toda racionalidad y a pesar de la pérdida de la propia libertad. Aunque en Calígula parece primar la desmesura ¡qué enseñanzas políticas para la sociedad y las personas en todo tiempo y espacio!

En esta época en que se discute la calidad y función de la pena por el delito cometido, Crimen y castigo, la novela de F. Dostoyevski acerca a esa otra sanción, la de la pena natural, a la idea de la moral cristiana de que en el delito está el castigo y a los dilemas que personas y comunidades deben de afrontar al respecto.

Por fin he de mencionar un libro que leí a los quince años y quedó en mí para siempre: Mujercitas de Louisa May Alcott. Recuerdo y puedo narrar episodios completos de las aventuras de las hermanas March –sin recurrir a las numerosas versiones cinematográficas de la obra- y en especial de la alborotadora, entrañable, libérrima Jo. Dudé, sin embargo, de incluir este libro en un listado para abogadas y abogados porque en una primera lectura parece una obra para niñas y jovencitas con vocación de escritoras o que disfrutan de las peripecias de otras niñas. No, hay algo más allí: la madre y la educación en la que ella cree.

En estos momentos en que se ha hecho centro en la autonomía y los derechos, en ocasiones ignorando los que se deben a los demás, la señora March deja hacer y experimentar a las hijas, quienes quejosas por las estrecheces económicas que sufren por causa de la guerra civil norteamericana y que obligan a las dos mayores a trabajar, reclaman un día de fiesta, sin deberes, nadie hará nada, solo lo que le guste y la haga feliz. La madre las deja solas en la casa familiar, da descanso a Hannah que ayuda en las tareas hogareñas y deja a las jóvenes que organicen su tiempo personal. El resultado es previsible aunque las hermanas March no lo advierten a tiempo: qué inhóspito se vuelve el hogar cuando cada una olvida lo que le toca hacer para el bien de todas por pequeño que sea; cuán importante son las tareas de las que se benefician a diario y están a cargo de las demás.”