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Cuando Garry Kasparov se convirtió en Campeón del mundo de ajedrez a los veintidós años, notó un cambio en particular. En las entrevistas que le hacían, en lugar de interesarse por partidas, jugadas y torneos, le preguntaban básicamente por el secreto de su éxito. Esperaban un método concreto aplicable a todos. Parecía algo imposible, dado que todos somos distintos, pero encontró una respuesta: “El autoconocimiento es, tal vez, el secreto del éxito. Saber ¿Cuáles son mis puntos fuertes? ¿Qué me falta? ¿Cuál es mi sistema para tomar decisiones? ¿Qué es lo que me funciona mejor? ¿Qué clase de desafíos tengo tendencia a evitar y por qué?”

 

La vida -como el ajedrez- es una constante toma de decisiones. Decisiones que determinan nuestro ser y moldean nuestra historia.

 

Solemos buscar afuera para decidir mejor, como si pudiéramos comprar la respuesta. Consultamos a expertos, esperamos que nos den una receta. No potenciamos nuestras propias capacidades, nuestra percepción, con métodos tan a nuestro alcance como la meditación, conversar con otros, el silencio, la autoescucha, lo que nos ayude a bucear en nuestro interior.

 

El autoconocimiento nos revela nuestras carencias y cualidades, fundamentales para decidir bien. No fuimos formados en esta destreza. Sería bueno que el estudio del Derecho lo incluya como una habilidad de los futuros profesionales. Para los que ya lo somos, es algo a sumar, a profundizar.

 

Los artistas plásticos cuentan con el autorretrato como manera de conocerse y de proyectarse. Requiere auto-examinación y estar en soledad -como reconociera Frida Kahlo y lo experimentara Van Gogh-.

 

El autorretrato no sólo revela la apariencia física, sino lo íntimo del autor, su estado anímico, su espíritu, sus ideales. Para pintarse usa herramientas, espejos, el reflejo en un río o las propias manos para recorrer a ciegas cada expresión y reproducirla luego en la tela. Pero esencialmente, el artista busca que la imagen muestre su alma. Representa lo que ve, lo que siente y lo que tiene intención de mostrar.

 

Nuestro autorretrato se construye de a pinceladas, con un registro diario de lo que sentimos, deseamos y necesitamos. Vale la pena darnos el tiempo de pensar, sin temer a la soledad. Mirarnos, escucharnos y sentirnos, sin negarnos. Seremos más profundos, más fuertes y más serenos.