El otro día sentadas en un café de Buenos Aires, ese en el que solemos cruzarnos con Borges y Bioy Casares en su mesa de siempre, le pregunté a Gaby si podía reconocer el momento de su adolescencia en que vislumbró la primera idea o el deseo de estudiar abogacía.
Ella me contó esta historia: “Había venido a visitar a mi abuela a Buenos Aires. Pablo estaba estudiando medicina y me había invitado a tomar un café por primera vez. La cita fue en la confitería El Molino de la calle Rivadavia. Me acuerdo que estábamos tomando un licuado de frutilla cuando, cinco oficiales vestidos de verde se dirigieron a nuestra mesa a pedirnos documentos. Un silencio absoluto siguió a la orden de que subiéramos al camión de policía. En el camión nos encontramos con todo aquél que esa noche habían decidido sacar de la vía pública. Cuando llegamos a la comisaría, nos ordenaron a los gritos que bajáramos y completáramos unos datos. El problema era que yo era menor de edad y que a las 11 de la noche no podía estar en la calle. Le dijeron a Pablo que me iba a quedar en la comisaría hasta que me fuera a buscar un familiar, o hasta que se hiciera de día, que se fuera. Pablo se quedó conmigo, tan asustado como yo. Nos metieron a todos en una celda. Mientras los policías se reían y conversaban entre ellos a los gritos. Les expliqué de mil maneras que mi abuela era grande y asmática, y que mis padres vivían a 1200 km. No escuchaban. Ira e indignación era lo que sentía, como un fuego que me quemaba los huesos. A las 3 de la mañana, nos dejaron salir. Cuando llegué a lo de mi abuela, yo todavía temblaba. Por suerte ella dormía. Respiré.”
Ese fuerte recuerdo de una situación de impotencia se une al primer deseo de estudiar Abogacía, como una herramienta para dar respuesta a la injusticia. Nos pareció lógico. Hay hechos, pensamientos, emociones que nos marcan y que nos ayudan a construir identidad. Es un registro que queda inalterable. Tomamos decisiones que parecen viscerales, pero que tal vez responden a esas motivaciones que siguen vigentes porque tienen que ver con algo más profundo, nuestra identidad.
Por estos días seguimos leyendo a Alberdi… Descubrimos que escribió lo que para algunos es el primer tratado de derecho de Latinoamérica escrito por un latinoamericano: el “Fragmento preliminar al Estudio del Derecho” (1837). Allí, destaca al derecho como un elemento vivo y continuamente progresivo de la vida social, y la importancia de conocer su genio, su misión y su rol. Explica que entendió que la ciencia del derecho, como la física, debe volverse experimental, para cobrar así un interés y una animación que no tiene en los textos escritos, ni en las doctrinas abstractas.
Nos encantó esta confesión final de Alberdi en su Prefacio: “El derecho tomó entonces para mí un atractivo igual al de los fenómenos más picantes de la naturaleza”. Ojalá podamos sostener o reencontrar ese atractivo, preguntándonos por nuestra identidad y recordando la razón de nuestra elección.
Te invitamos a hacer este ejercicio ¿Podés reconocer esa primera idea, sensación o emoción que te llevó a estudiar Abogacía?