Esa mañana de finales del siglo IV a. C., en la Colina de Ares soplaba el viento. Agnódice lo podía sentir en la cara. El Consejo se hallaba reunido, listo para juzgar los diversos asuntos criminales, entre los que se encontraba el suyo.
Desde el banquillo en el que se encontraba sentada podía ver la Acrópolis y un poco más lejos el Ágora. Algunas de sus pacientes se hallaban presentes, y expectantes. No pudo evitar sentir gratitud, pero tampoco la sincronía de su pulso con el latir acelerado de su corazón. Conocía su funcionamiento y el de su cuerpo, los había estudiado a conciencia, durante años, incluso había visto el cuerpo humano por dentro. Algo que allí, en su Atenas natal, estaba prohibido.
No era la primera vez que Agnódice sentía el corazón latir con tanta fuerza. La primera, fue cuando sustrajo un compendio de obras médicas de la biblioteca de su papá y, con el libro en las manos, supo a lo que se quería dedicar, aunque como mujer le estuviera vedado bajo pena de muerte.
No hacía tanto a las mujeres sí se les permitía estudiar temas obstétricos y ginecológicos y ejercer de parteras (una muy famosa para nosotros es Fenáreta, la madre de Sócrates, quien ejerció el oficio unos cien años antes que nuestra protagonista). No obstante, para cuando aquel libro cayó en sus manos, los atenienses habían dejado de ver con buenos ojos que las mujeres acumularan conocimientos en un campo tan importante como el de la reproducción y el nacimiento de sus herederos (se las había acusado, entre otras cosas, de controlar la natalidad).
La segunda vez que lo sintió fue cuando su papá le contó que en Alejandría el conocimiento y los avances en medicina debían ser superiores a los que se podían obtener en Atenas, pues había escuchado que Herófilo de Calcedonia estaba realizando disecciones anatómicas de cuerpos humanos (pasaría a la historia como el primer anatomista). Agnódice no lo pensó demasiado. O, quizás, sí, pero igual se cortó el pelo, se disfrazó de hombre y partió hacia Egipto.
Cuando regresó le tocó atender un parto especialmente complicado, pero entonces sucedió lo que sucedía casi siempre, que la mujer no se quiso dejar examinar por un hombre (imagino que durante los años de la prohibición, las consecuencias en términos de vidas de mujeres y vástagos tuvieron que haber sido tremendas). Desesperada, Agnódice se levantó la túnica y la mujer, aliviada, se dejó ayudar. La voz corrió entre las atenienses como agua (iba a decir pólvora, pero no se había inventado aún) y fue tal el éxito que alcanzó la práctica del joven y poco varonil médico, que algunos de sus envidiosos colegas decidieron acusarlo de corruptor de mujeres.
Llegó entonces el juicio en el Aerópago. Las acusaciones eran serias, muy serias. Tras la deliberación la encontraron culpable de seducir a sus pacientes y de cosas peores. Indignada ante el oprobio, decidió demostrar que aquello no podía ser verdad. Esta, nos cuenta Cayo Julio Higinio (64 a.C. – 17 d.C.) en su libro Fábulas, se levantó la túnica ante ellos y mostró que era mujer. En ese momento, continúa Cayo, los médicos empezaron a acusarla con más fuerza (el delito por ejercer la medicina siendo mujer era aún más grave y la condena, como sabemos, era la muerte). Por ello entonces las mujeres más distinguidas se presentaron en el juicio y dijeron: “vosotros no sois esposos sino enemigos, porque condenáis a la que nos devuelve la salud”.
Hay quien refiere que aquellas atenienses distinguidas llegaron a decir: “si ella no se puede acercar a nuestros cuerpos enfermos, tampoco lo haréis vosotros a nuestros cuerpos sanos”.
Como fuere, la presión de lo que pasaría a ser una de las primeras revueltas femeninas conocidas de la historia surtió efecto, y Agnódice quedó absuelta, permitiéndosele ejercer la medicina como mujer. Y, de acuerdo con Cayo, en ese momento los atenienses enmendaron la ley para que las mujeres libres pudieran aprender el arte de la medicina.
La verdad es que no está claro si la historia de Agnódice es real o es una fábula. Los especialistas e historiadores no terminan en ponerse de acuerdo. Como fuere, la historia de Agnódice no solo es espectacular, sino que ella ha pasado a la historia como la primera ginecóloga de la que hay registro. En la facultad de Medicina de la Universidad de París, por ejemplo, está inmortalizada en piedra en el momento en que se desnuda en el Aerópago.
Y, fabula o no, merece ser contada porque relata la historia de una mujer que persiguió su pasión hasta las últimas consecuencias; porque es la historia de una de las primeras revueltas femeninas conocidas de la historia; y porque es, además, la historia de cómo se enmendó una ley.”
Una frase de nuestra entrevistada de hoy
«Soy consciente de que muchas mujeres y niños morirán durante el parto porque las mujeres sienten vergüenza a que les atendiera un hombre; se enfrentan al parto sin ayuda de ningún médico. Para ayudarlas yo quiero estudiar medicina, mas las leyes griegas no me lo permiten, así que estoy muy afectada ¿Dime sabio padre, qué puedo hacer?»