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Hay personas que cuando realizan aquello que aman se entregan por completo, pierden la noción del tiempo, se transforman. Algunas de ellas son capaces además de hacernos sentir y vibrar con eso que hacen. Ser testigos de algo así es siempre maravilloso.

 

Billie Holiday es una de esas personas. Puede gustarnos más o menos el jazz, pero escucharla cantar tiene algo de mágico. No es solo que ella se transforme dejándose atravesar por lo que siente, sino que es capaz de hacernos sentir eso que a ella le pasa cuando canta. A mí escucharla cantar Strange Fruit me pone la piel de gallina. No por nada esa canción fue considerada la mejor del siglo XX por la revista Time y ella, una de las mejores cantantes del siglo. Frank Sinatra no dudaba en decir que fue su mayor influencia.

 

Quizá una de las cosas que más me sorprenden de Billie Holiday es su tenacidad, su convicción para hacer contra viento y marea aquello que más amaba: cantar jazz. Y es que Billie no lo tuvo fácil. Nació en 1915 en un hogar pobre y desestructurado de la ciudad de las ratas, Baltimore. No tenía grandes dotes vocales. Técnicamente no tenía un registro vocal amplio, sino más bien una voz limitada en los registros. Y su voz no era especialmente bonita en el sentido canónico de la palabra. Además, Billie (su nombre real es Eleanora Holiday) era mujer y afroamericana, en una época en la que eso implicaba no poder usar ni un baño, y ya no digamos sentarse a comer o entrar a un local determinados. Como si todo eso fuera poco, resulta que el jazz no era lo que es hoy. Era la música de los marginados, sus ecos solo podían escucharse en los bajos fondos.

 

Aun así y a pesar de todo, Billie consiguió llegar a la cumbre. Llegó a tocar en los escenarios de mayor prestigio, grabar con las mejores discográficas, compartir escenario con los más grandes y hasta tener un manager (ojo, ni siquiera esos grandes momentos fueron miel sobre hojuelas. Su vida no estuvo exenta de momentos terribles y escandalosos). Se dio el lujo, incluso, de introducir una cláusula en sus contratos para que la dejaran cantar Strange Fruit (en la época de separate but equal la letra de la canción que habla de árboles sureños cargando extrañas frutas resultaba una afrenta y en no pocos lugares estaba prohibida). Billie, con esa capacidad para apropiarse de las canciones y hacerlas suyas, causaba y sigue causando conmoción. Basta con dejarse atravesar por su interpretación, pone la piel de gallina.