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Fiel a sus hábitos de coleccionista de huevos, decidió meterse en la boca uno de los escarabajos verdes que acababa de encontrar en el tronco de un árbol, para dejar una de sus manos libres, y poder coger así otro aún más raro y sorprendente que caminaba por allí. Uno, con una cruz en el tórax. Estaba decidido a ganar el concurso estudiantil de ese año. Sintió entonces, en la boca, la intensa eyección de un fluido ácido. Horrorizado se sacó el bicho de inmediato, lanzándolo lejos. Se limpió la lengua como pudo. Cuando se recobró del susto, había perdido los tres especímenes, ganado una llaga y una lengua gorda y adormecida.

 

Sonrió ante el recuerdo mientras caminaba despacio. Henrietta, su hija, lo esperaba al lado del fotógrafo. Cuando oigo hablar sobre la captura de escarabajos raros, me siento como un viejo caballo de guerra que de repente oye el sonido de una trompeta, pensó en un guiño a esa afición que le había acompañado toda la vida y que, a sus setenta y pocos años, aún le emocionaba.

 

Siéntese en esa butaca, si es tan amable, Señor Darwin.

 

Sonríe, papá. Sonríe como si fueras el genio que cambió para siempre la forma en que entendemos el mundo.

 

Pero Charles Darwin no sonríe. Ni en esa, ni en ninguna de las fotografías que se pueden encontrar de él ya de mayor. Su expresión es más bien de tristeza. Invariablemente.

 

Pienso que quizás el día en que se las tomaron (con sobrero o sin él, sentado o de pie, todas parecen haber sido tomadas el mismo día) se acordó de Annie, su pequeña que “iluminaba la casa irradiando alegría y felicidad”, y cuya muerte le marcó profundamente. La misma Annie que le permitió percatarse de que en el comportamiento de los niños pequeños había rasgos similares a los de los simios, aunque también diferencias, pues, según anotó, “los bebés humanos no reconocen su imagen en los espejos, pero los monos sí”.

 

Quizás no solo se acordó de Annie, sino que también lo hizo de Mary y Charles, y de lo que le escribió a su amigo Hooker cuando el bebé falleció: “Fue el alivio más bendito ver su pobre carita inocente retomar su dulce expresión en el sueño de la muerte. Gracias a Dios, no sufrirá más en este mundo”.

 

Tal vez, al recordar a su buen amigo, el semblante le cambió un poco y por eso en algunas fotografías los ojos de Darwin parecen brillar. ¡Tenía tanto que agradecerle! Hooker, y también Huxley, lo representaron en la famosa asamblea en la que debía defender El origen de las especies (él estaba enfermo). La misma, en la que el obispo de Oxford les preguntó si descendían de los monos por parte de madre o de padre.

 

Es probable que, al recordarlo, Darwin se riera, pero que el fotógrafo no captara el momento. Aunque también puede ser que no se riera y que, por el contrario, una mueca de dolor le atravesara el semblante en ese momento. Charles Darwin fue un enfermo crónico. El pobre se pasó la vida entera padeciendo jaquecas, insomnio, vómitos, cólicos, espasmos. De todo. Pero, como le gustaba decir: “estar enfermo, como he pasado varios años de mi vida, me ha salvado de las distracciones de la sociedad y el entretenimiento”.

 

En otras palabras, le permitió trabajar sin distracciones. Algo así pudo haber pasado por su cabeza una vez que remitió el intenso cólico que lo dobló, y que permitió al fotógrafo beber un poco de agua y tomarse un respiro.

 

Fue, tal vez, en ese momento que decidieron cambiar de fondo. Ahora, tomarían algunas fotografías de pie, junto al árbol en el que se puede apreciar el fino enramado de una madreselva. Debe ser otoño, finales, porque no hay una sola hoja en la enredadera y Darwin lleva una capa oscura abotonada hasta el cuello. A Henrietta y al fotógrafo la escenografía les gusta, a él le parece artificiosa y hasta pedante, pero ama demasiado a su hija como para decírselo. Total es una simple fotografía que nadie va a ver.

 

El cólico, y lo de estar enfermo y trabajar sin distracciones, pudo haberle recordado sus listas, sus obsesivas listas, porque la mirada en esas fotos es una mirada triste, sí, pero también la de alguien cuya cabeza no descansa jamás. Hay algo intenso, bullendo, en esos ojos claros. A lo mejor está evaluando pros y contras de alguna idea. Ay, sus listas. Menuda obsesión. “Casarse: hijos (si Dios quiere), compañía constante, un hogar. No aprender francés, ni ir a América, ni volar en globo. Distracciones sociales. Si hijos: miedo a que se mueran. No casarse: libertad para ir donde quieras, no visitar parientes. Trabajar sin distracciones. Nadie se ocupará de uno en la vejez”. Así analizaba ventajas y desventajas de sus decisiones. Esa lista, con bastantes más entradas, está en su cuaderno de notas de 1838, seguida de otra: “¿Cuándo? Pronto o tarde”, y una vez más una larga lista beneficios e inconvenientes.

 

Además, estaban las otras notas, pensó dejando escapar un suspiro. Su mentalidad científica no lo podía evitar. Esas, en las que anotaba sus reacciones físicas cuando estaba con su prima -más tarde esposa-, comparando su salivación a la de Nina, su perra; o las reacciones de sus hijos cuando lloraban o se ruborizaban, y las de Annie, comparándola con los monos.

 

Annie. Annie y su trabajo. Una vez más los fantasmas le sorprenden haciéndolo sentir culpable, y su mirada se vuelve tan triste que duele. En el alto grado de consanguinidad entre él y su esposa (eran primos hermanos y sus familias habían emparentado durante varias generaciones) podía estar el problema de la muerte y los terribles males que aquejaron a sus pequeños vástagos. Según sus investigaciones con plantas, los efectos de la endogamia podían resultar tremendamente nocivos en las generaciones siguientes. Las sospechas y la culpa lo atormentaron siempre.

 

No, Darwin no sonríe. Sin embargo, está a punto de hacerlo. A lo lejos oye el sonido de las trompetas. Es un sonido que nadie excepto él puede oír. Aunque si prestamos atención quizás nosotros también podamos hacerlo. Un raro escarabajo de colores brillantes capturado por él en 1832, en las costas argentinas de Bahía Blanca, reaparece en 2008. Se trata, confirman los científicos (en 2014) de una nueva especie. El viejo caballo de guerra ya puede galopar feliz y en libertad. El escarabajo lleva su nombre: Darwinilius sedarisi.

 

La frase de nuestro entrevistado de hoy

 

¨No es la más fuerte de las especies la que sobrevive, tampoco es la más inteligente la que sobrevive. Es aquella que se adapta mejor al cambio.¨