Niccoló Paganini
Un fuera de serie
«Vended todas vuestras posesiones. Empeñadlo todo, pero id a oírle. Es lo más asombroso, lo más sorprendente, lo más maravilloso, lo más milagroso, lo más triunfante, lo más desconcertante, lo más increíble, lo más extraordinario y lo más inesperado que haya sucedido jamás. Tartini vio en un sueño al demonio interpretando una sonata diabólica. Seguro que era Paganini». La frase es de Francois Castil-Blaze, crítico, compositor y editor musical que vio tocar a Paganini en la Ópera de París (Tartini, a quien hace referencia, fue el mayor virtuoso del violín hasta que llegó Paganini).
El afamado crítico no fue el único en deshacerse en elogios hacia Niccoló Paganini, ni mucho menos. «He escuchado cantar a un ángel», escribió Schubert después de asistir a uno de sus conciertos. Verdi dijo que «era preciso haberlo oído porque describirlo no era posible». Rossini, que en su vida solo había llorado tres veces, la última cuando lo oyó tocar.
La elocuencia con la que le describen sus contemporáneos (y ¡qué contemporáneos!) me sorprende y me conmueve. No puedo evitar sentir que nos perdimos de algo irrepetible. No por nada está la conocida expresión italiana de que Paganini “non si ripete”.
Por sus excentricidades y su talento, considerado sobrenatural, Paganini se ganó el apodo de “El violinista del diablo”. Algo que pocas veces desmintió y que más bien alentó. Entendió que la sola exhibición del dominio “sobrenatural” del violín no era suficiente y se construyó ese personaje mefistofélico que tanto dio de qué hablar –se dijo de todo, desde que tenía un pacto con el diablo, hasta que las cuerdas de su violín estaban hechas con el intestino de una amante a la que había asesinado–. Como fuere, creó un vocabulario musical nuevo y distinto, e hizo de sus interpretaciones un espectáculo calculado para generar el asombro en el público.
«Su cabello largo y oscuro le caía en rizos sobre los hombros enmarcando en negro su rostro pálido y cadavérico, en el que el dolor, la genialidad y los tormentos infernales habían trazado sobre él surcos imborrables». Heinrich Heine (destacado poeta alemán, el último del Romanticismo)
«Cuando aparecía en escena, su figura oscura parecía haber salido del mismo infierno y cuando se inclinaba hacia la audiencia, en una reverencia donde el arco hacía el papel de espada, sus movimientos eran tan extraños que uno temía que sus pies se desprendieran del cuerpo y que él mismo se desmoronara en un montón de huesos». Schottky (uno de los muchos biógrafos del músico).
«Sentí un entusiasmo divino, diabólico. En mi vida había visto u oído nada semejante. La gente se volvió loca. Pero tendrían que ver lo raro que era». Ludwig Boerne (escritor alemán).
Paganini era realmente un fuera de serie, y no por sus estrambóticas actuaciones. Era capaz de ejecutar ciertos pasajes, saltos y dobles contactos, como ningún otro violinista lo había hecho con anterioridad. Su digitación especial, su capacidad para imitar el sonido de numerosos instrumentos de viento –como si estuviese tocando varios a la vez– e incluso el sonido de los pájaros, su habilidad para tocar la escala cromática justo hasta el puente en sus posiciones más altas y con una gran pureza de entonación, hacían que escucharlo fuera completamente increíble.
Además de ser virtuoso sin precedentes –en París tocó su famoso “Moto perpetuo” a la increíble velocidad de 12 notas por segundo–, Paganini fue un gran innovador. Nadie antes que él había descubierto, explorado y desarrollado más, las capacidades técnicas del violín y ensanchado el campo de la expresión, desarrollado la cualidad de generar en quien lo escuchaba emociones intensas. Liszt, quien lo escuchó en la Ópera de París por primera vez, no pudo más que expresar lo siguiente: «¡Qué hombre! ¡Qué violín! ¡Qué artista! Cuánto sufrimiento, cuánta angustia, cuánto tormento, pueden expresar esas cuatro cuerdas».
Tenía razón, Paganini arrastraba tras de sí una vida de gran sufrimiento. Su salud estuvo plagada de achaques, enfermedades y dolencias prácticamente desde que nació y hasta el día de su muerte (mucho se ha escrito sobre sus trastornos del tejido conectivo). Pero, además, vivió una infancia desoladora. Su papá, al descubrir su talento, además de lucrar con él, exhibiéndolo como exótico animal de circo, le impuso una disciplina brutal: lo obligaba a ensayar entre doce y quince horas diarias, y si consideraba que no se había esforzado lo suficiente, lo dejaba sin comer. Así, a los dieciséis años Paganini arrastraba serios problemas con el alcohol y el juego, al grado de que llegó a empeñar su violín, ¡un Amati!, para saldar sus deudas. Por cierto, su más querido violín fue “Il Cannone”, un Guarnieri. “Mi cañón de violín”, lo llamaba. La historia es linda: Al empeñar el Amati tuvo que pedir prestado un violín; quien se lo dio, después de escucharlo tocar, se lo regalo diciéndole que «nadie podría tocarlo como él».
Paganini comprendió desde muy joven el don que poseía y se implicó en una búsqueda incesante por descubrir todo aquello novedoso que pudiera producir “el sonido que asombrara a la gente”. Y ciertamente lo consiguió. Un famoso crítico de la época comentó que «no era tan solo la asombrosa técnica de Paganini sino la poesía interior y su imaginación, lo que lo hacían ser tan maravilloso». De igual forma, uno de sus primeros biógrafos señaló: «Hablaba a su público con sonidos. Lo llenaba de emociones que al segundo destruía con golpes desgarradores. Y cuando exhaustos, hombres y mujeres, retenían el aliento, entonces volvía a acariciar sus almas con notas de intenso lirismo». «Decir que el violín suena más bello en sus manos y más conmovedor que cualquier voz humana, que su alma incandescente irradia fuego a los corazones, no basta para describir su manera de tocar. Quien no le haya oído no tiene ni idea de cómo es. Es preciso escucharle una y otra vez, y solo entonces se puede creer. Ese es Paganini» (Periódico vienés de la época).
Y es que Niccoló Paganini no fue solamente un virtuoso excepcional, un violinista único e irrepetible, fue un genio en más de un sentido. ¿Cuántos son los autores qué pueden decir que Brahms, Liszt, Schumann y Rachmaninoff, entre otros muchos, se basaron en sus obras para escribir las suyas?
«Genio sin igual, nadie podrá empañar su gloria, y si mi veneración ve a un virtuoso mefistofélico en él, las otras generaciones lo venerarán por lo que es: un músico único en la historia del arte». Liszt.»
«Las mujeres deben intentar hacer las cosas que hacen los hombres. Los fracasos de unas solo serán un reto para las que vengan después».
—Amelia Earhart¨