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Sentada en su estudio de Palermo podía sentir el sol de julio en los pies. Medio día, calculó. Más o menos la misma hora en la que se presentó el día anterior aquel joven flamenco. Van Dyck, ¿dijo? Sí, Antón van Dyck. Qué educado, sonrió Sofonisba al evocarlo. Cerró los ojos, si lo hacía las manchas borrosas dejaban de distraerla y entonces se podía concentrar. El tono de voz era agradable, y por las preguntas que le hizo, lo imaginó inteligente. Por supuesto, pensó, de otra forma Rubens no lo habría tomado como discípulo. Se rio fuerte al recordar cuando le pidió que tuviera cuidado con la luz para que no se le marcaran demasiado las arrugas, el joven le había pedido permiso para hacerle un retrato mientras charlaban. Qué pena no poder guiarlo y qué pena, sobre todo, no poder ver aquel dibujo.

A sus casi noventa años Sofonisba Anguissola echaba de menos poder pintar. Pero aun sin poder hacerlo, su lugar preferido en el mundo era aquel estudio en el que estaba rodeada de sus cuadros y del olor a pigmentos, óleos y colores. Y es que el terra verde, su favorito, no olía igual que el bol de armenia, ese rojo óxido que le gustaba a Lucía, su hermana; ni el rojo, igual que la preparación del blanco de plomo que a ella siempre le gustó usar de base para los rostros.

Sofonisba Anguissola no solo es considerada la primera mujer pintora del renacimiento, que es casi como decir de la historia; es la primera que logró éxito y reconocimiento en vida. Las mujeres, se creía, podían copiar, pero no inventar; recrear la apariencia, pero no la vida. Sofonisba Anguissola lo hizo, y lo hizo tan bien que algunos de los retratos que realizó de Felipe II, de Isabel de Valois y del príncipe Carlos de Austria sirvieron de base para ser copiados por otros célebres pintores, entre ellos Rubens. Por eso, cuando el joven Van Dyck llevó a cabo aquel viaje a Italia como parte de su formación, Rubens lo apremió para que fuera a conocer a la gran retratista.

Considerando que Sofonisba vivió la mayor parte de su vida en el siglo XVI (nació en Cremona en 1535 y murió en Palermo en 1625), una época complicada para destacar en el oficio de la pintura siendo mujer, lo que logró resulta impresionante, pero es que además su vida en sí misma resulta de película.

Nació en una familia aristocrática sin demasiados recursos económicos. Su papá, noble, con contactos y relacionado con el mundo del arte, para poder casar a sus hijas con otros nobles y poder procurarles un buen futuro, les dio la mejor formación posible (eso significaba instruirlas con un poquito de todo). Cuando vio el talento de su hija mayor para el dibujo decidió apostar fuerte. Con catorce años la envió al taller de Bernardino Campi (por supuesto no era habitual, pero al parecer tenía una muy buena relación con la mujer del maestro); luego la envió al taller de otro Bernardino, Gatti; más tarde, cuando Sofonisba tenía 18 años, le escribió a Miguel Ángel y le envió un dibujo donde se podía apreciar a una anciana aprendiendo a leer el abecedario junto a una niña que se ríe de ella. Miguel Ángel valoró la originalidad del dibujo, pero comentó que habría preferido ver un tema más difícil de dibujar, como la tristeza o el drama. Sofonisba dibujó entonces a su hermano siendo mordido por un cangrejo, y en consecuencia llorando (o sea, que de tragedia o drama nada, qué personalidad, ¿no es una genia?).

Sofonisba llegó con diecinueve años a Roma. Es decir, consiguió el aval del gran Miguel Ángel que tanto había buscado su padre. Al parecer estuvo un tiempo en los talleres del Il Divino, aunque por su condición de mujer nunca se le permitió tomar clases de anatomía o continuar con su formación académica (bastante era ya que se le permitiera estar en los talleres).

Pocos años después, el Duque de Alba (Duque de Milán -recordemos que la monarquía española reinaba entonces también en Milán-),a quien el padre de Sofonisba había enviado algún dibujo realizado por su hija, estaba preparando los esponsales de Felipe II con Isabel de Valois. El talento y la cuna de la joven le parecieron suficientes y decidió invitarla a la Corte. Así, con 25 años, Sofonisba llegó a Madrid para desempeñarse como dama de compañía de la Reina, no como retratista o pintora, aunque pronto empezó a pintar. A la muerte de la Reina (1568), Felipe II le busca un buen marido y paga su dote, como había prometido (parte del beneficio de ser dama). Sofonisba se casa entonces con Fabrizio Moncada -hijo del Príncipe de Paterno, Virrey de Sicilia- por poderes (o sea, con el marido ausente) en el Alcázar del Madrid (¿no les dije que era de película!). Viven cinco años felices y comiendo perdices hasta que empiezan los pleitos de poder. Sofonisba y Fabrizio se embarcan rumbo a España para pedir apoyo al Rey. Nunca llegan, unos piratas los atacan y Fabrizio muere (¡En serio!). Sofonisba se queda un tiempo en Sicilia arreglando los papeles de viudedad y, dos años más tarde cuando ya tiene todo listo, decide partir hacia su Cremona natal. Pero tampoco llega.

Aquella mujer de ojos grandes, mirada inteligente y segura (segurísima) de sí misma se enamora del capitán del barco, un genovés considerablemente más joven que ella (¡amo a esta mujer!). El Duque de Milán le dice que no se puede casar, que ha de esperar el permiso del Rey, y ella le contesta que lo siente mucho pero que esa unión ya la ha atado el cielo. Ella y su amado Orazio Lomellini se establecen en Génova donde Sofonisba montó su estudio y gozó con el placer de pintar. Sus últimos diez años los pasó en Palermo, donde el joven van Dyck fue a visitarla. El dibujo que hizo de ella aquella tarde de julio de 1624, en su cuaderno, se convirtió unos años después en un hermoso cuadro al óleo en el que se pueden apreciar la inteligencia y vivacidad de la gran Sofonisba Anguissola.

La frase de nuestra protagonista de hoy

“La vida está llena de sorpresas; intento capturar estos preciosos momentos con los ojos bien abiertos”