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“Nos levantamos de nuestro asiento si una persona anciana sube al colectivo. Es lo que nos enseñaron. Ellos son los que hicieron todo lo que nos precedió, de zapateros a amas de casa, de ingenieros a labradores. Vivimos y tenemos nuestra sociedad porque muchos, que están aún entre nosotros, trabajaron, cuidaron su familia, sostuvieron los cimientos de lo que nuestra sociedad tiene.

Hay políticas públicas para ofrecer educación y salud. Hay jardines de infantes públicos, además de los privados. Así como hospitales públicos que cuidan a los enfermos, de cualquier edad.

Ahora bien, la población envejece. Muchas personas ancianas provienen de una vida laboriosa, pero están en la franja de aquellos que no pueden sostenerse por sí mismos. Y en algún momento no pueden ya afrontar los gastos de techo, remedios, alimentación, vestimenta.

Hay jardines de infantes públicos y privados. En la ciudad de Buenos Aires, unos 310 privados y 55 públicos. Hay hospitales importantes en los principales barrios de la ciudad. Hay colegios primarios, secundarios y universidades públicas. Hay hospitales a los que puede acudir toda la población de la ciudad.

En la ciudad de Buenos Aires hay 500 geriátricos privados, de 30 plazas en promedio. En la ciudad de Córdoba, que tiene un millón y medio de habitantes, hay 5.000 plazas totales disponibles en geriátricos privados, un tres por mil de la población. Los costos son altos, por lo general imposibles de cubrir con la jubilación de esos ancianos, e inabordables para sus familiares.

Así como hay escuelas, hospitales, universidades públicas, no hay geriátricos públicos. Cuando la salud afloja, cuando los ingresos merman, cuando necesitan una atención diaria que la familia no puede darles (o muy pocas pueden enfrentar), los ancianos no tienen cómo resolverlo. Y les damos la espalda.

No es un problema de nuestro país o de nuestra región. Nuestra insolente juventud o madurez activa mira para otro lado por doquier. Aún en Japón, que venera a los ancianos, la jubilación cubre sus gastos cuando están sanos. Cuando llega la hora de los achaques, cuando no pueden trabajar por un ingreso extra, ya no alcanza y muchos ancianos deciden robar dos veces. Por hurto reiterado, reciben pena de prisión. Y alcanzan así comida, techo, biblioteca, quien los cuide. Mejor que la soledad, la pobreza y el abandono. Según investigaciones periodísticas, es un fenómeno reciente, pero creciente.

En Argentina se registra un paulatino envejecimiento de la población al igual que en otros países, acompañado por un incremento de la indigencia y la pobreza. Se generan nuevos “ancianos desvalidos”, categoría que no está estudiada, que no llama la atención, que es pasada por alto.

La voz de los abuelos es débil. Pero hacerlos sonreír, devolverles el respeto genera una luz en sus ojos que puede ser el mayor premio que uno reciba en la vida. No pueden conseguirlo solos. No tienen sindicatos, portavoces, no pueden hacer manifestaciones, sólo soportar que los hayamos olvidado.

Mi Iusperanza es que cada ciudad, cada poblado, sepa cuáles son sus abuelos necesitados, los conozca, los visite, e inicie una política social que les ofrezca un lugar honroso para cuando desfallezcan sus fuerzas o recursos, para tratarlos como quienes son, los que nos precedieron y a quienes no debemos rendirles honores, simplemente cuidarlos, con el amor que se merecen.”