Argentina fue sinónimo de inclusión. Nuestros antepasados encontraron trabajo, en la ciudad o en el campo, llevaron a sus hijos a las escuelas y a la universidad pública. No todo fue color de rosas, pero Argentina se caracterizó por su creciente y educada clase media.
Ese sueño se esfuma hoy. Crecieron la indigencia y la pobreza. Hay 5.000 barrios precarios, cinco millones de personas que acumulan todas las carencias, especialmente los más chicos. Parece no tener retorno.
¿Es posible, en este entorno que duele, alimentar la IUSperanza de volver a ser esa bella Patria inclusiva en donde todos pueden crecer, que cuida a los que menos tienen, que les abre posibilidades de futuro?
Es posible. Vale la pena mirar lo que se hizo en Medellín. Segunda ciudad de Colombia, en los noventa fue considerada la ciudad más violenta del mundo, dominada por el narcotráfico y la pobreza.
Fueron capaces de pasar “Del miedo a la esperanza”, libro del alcalde que inició, en el 2004, el programa “Medellín, la más educada”, continuado por sus sucesores.
Los barrios más pobres amontonaban sus casas precarias en las laderas de las montañas. Intransitables de noche y peligrosísimas de día. Lo que hicieron los medellinenses es hoy un modelo estudiado mundialmente.
Iluminaron las callecitas y pasillos de la villa. Como ningún ómnibus podía transitarlas, instalaron Teleféricos y escaleras mecánicas cubiertas. En la base de la ladera liberaron espacios y crearon escuelas bellísimas, llenas de luz y colores, quizá las más lindas de Medellín, con profesores seleccionados. Y Bibliotecas, dispensarios, espacios verdes, polideportivos, canchitas, auditorios abiertos, espacios para el arte.
Los habitantes de esos barrios desolados tienen hoy una educación pública de excelencia, con actividades extracurriculares de cultura, ciencia y tecnología, deportes y recreación.
El impacto es formidable. Luz, colores, espacios verdes, un conjunto de bienes públicos rodean las nuevas escuelas, bibliotecas y dispensarios. Su visión es crear un urbanismo social que construya “lo mejor para los que menos tienen”.
Los barrios se transformaron. No viven temerosos en sus moradas. Se educan, se comunican, están integrados, vibran en deportes y en arte. Los resultados no dejan mentir. En 1991, Medellín sufría 380 asesinatos cada 100.000 habitantes. Desde que se iniciaron estas políticas, se dividió por 25.
Y pienso en nosotros. A veces bajamos los brazos, pensamos que no hay solución, que el futuro es gris, especialmente para el 60% de niños en la pobreza. Como en Medellín, a principios de los noventa.
Pero no, hay respuestas. Se pueden construir, de a una, escaleras para la inclusión, para una nueva educación, mejor salud, seguridad, una nueva ola de integración social.
No importa cuán abajo empecemos. Medellín muestra que las laderas de la exclusión pueden ser superadas, escalón a escalón. Por el futuro de nuestros niños, la paz de nuestra sociedad y la esperanza de nuestras almas.