La necesidad de comunicación cala cada vez más hondo. El domingo pasado dos artículos periodísticos la retrataron con toda crudeza.
La tapa de Viva muestra a Alejandro Robles, con una antena satelital sobre sus espaldas. Escaló diez horas a pie las escarpadas cuestas jujeñas, para conectar la escuela de su pueblo, Yaquispampa, de 52 habitantes.
La Nación entrevistó a Noel Napal, en el paraje Mina del Indio, Chubut, Vive sin luz ni teléfono. A sus 18 años, sueña con ser veterinario. Lo dice con tanta convicción que lo logrará. Pero no tiene computadora ni se conecta su móvil.
¿Son casos extremos? Para nada. Esas caras representan a dos o tres millones de habitantes del interior, que no acceden al celular ni a Internet. Pareciera que nada se hace para ellos. Viven “lejos”, como hace cien años. El siglo XX y el XXI pasan sin mirarlos. Argentinos invisibilizados, incomunicados.
Y acá viene esta Iusperanza loca, pero posible.
¿Sería posible comunicar todas las zonas agrícolas y ganaderas argentinas? ¿Puede diseñarse un sistema que les permitiera usar un celular, comunicarse, lejos de sus ciudades, salir de su Mundo del Silencio digital?
Esta vez, la Iusperanza, para que sea posible, requiere alguna información mínima. Si me acompañan unos párrafos más, lo entenderemos.
Quitando las zonas cordilleranas, las áreas urbanas y suburbanas y algunas rutas nacionales, no se recibe una señal celular en unos 2 millones de km cuadrados en Argentina. Allí hay actividades agropecuarias y ganaderas. Viven y trabajan dos millones de personas, en localidades pequeñas o parajes.
Y en las zonas rurales, en sus cientos de miles de establecimientos agropecuarios, chacras o estancias, tampoco hay señal. No hay cómo comunicar una urgencia, enviar un mensaje, subir los datos que necesita la AFIP para cargar un camión. Nada.
Haciendo un cálculo a trazo grueso, la conectividad de todo el campo argentino costaría unos 150 millones de dólares. ¿Es mucho o es poco? El costo de darle conectividad a dos millones de argentinos sería como construir un tramo de ruta nacional de 70 km., o una autopista de 40 km.
Pensemos en lo humano y lo económico. El 8% de la población desempeña tareas rurales. Aunque viva en un pequeño pueblo con comunicación, nada encuentra cuando va a su trabajo. El impacto económico podría ser también muy alto. Lo rural representa el 15% del producto bruto nacional. Sistemas de trazabilidad de productos agropecuarios, información al instante de comercialización, seguridad de los establecimientos, ¿acaso no merecen una inversión importante? Lo humano, lo económico y lo educativo así cubiertos.
Hagamos rutas de las comunicaciones que integren de una buena vez a todo el campo argentino. No es tan difícil. Porque Martín Fierro quiere que lo llamen. ¿Saben qué? Ya aprendió a uazapear… como dice él.